Gavidia – Sta Maria de Canaguá

10 días de asombro, 42 Km de recorrido y 5 unidades ecológicas fotografiadas, es lo que cualquier amante de la imagen naturalista sueña con vivir en el trópico americano. Una experiencia que el equipo de documentalistas de la Fundación Proyecto AVE  decidió asumir al realizar el trayecto que une el altiplano de Gavidia hasta Santa María de Canaguá.

 

Desde los 4.200 m.s.n.m, entre frailejones, mulas, arrieros y roca desnuda comenzó el periplo que nos llevaría a vivir una de las experiencias que marcaron de por vida a quienes tuvimos la dicha de formar parte de ella; en un clima gélido y un cielo despejado, ligeros de peso y con la mente ávida de nuevas experiencias arrancamos un grupo de amigos a caminar atentos de fotografiar nuestro entorno con el firme propósito de 10 días después llegar a descargar nuestras tarjetas con todos los registros de las maravillas aladas que habitan la soledad de los páramos, la oscuridad de la selva nublada , el vapor del bosque estacional y la vasta sabana entre morichales y grandes cursos de agua prístina y llena de vida.

Una vez escuché que más importante que llegar a un destino es disfrutar del trayecto y sin duda esta experiencia hace honor a esas sabias palabras que ya no recuerdo ni de quien fueron, lo cierto es que cada metro que recorrimos fue un verdadero encuentro con la biodiversidad de Los Andes venezolanos, una cita con un mundo que inexplicablemente para muchos aún es desconocido.

  

 

 Del altiplano de Gavidia, cruzamos un punto que se conoce como Altos de Micarache, un escenario intermedio entre el punto en donde estaba previsto hacer nuestro primer campamento  a unos 3.300 metros sobre el nivel del mar que los baquianos conocen como Morritos, allí montamos nuestras carpas cerca de las 5:30 de la tarde luego de 8 horas de caminar entre frailejones y el comienzo de la selva enana con sus característicos árboles achaparrados y retorcidos cubiertos de musgos de colores fantásticos. 

 

El frío era duro, más sin embargo soportable con las ropas adecuadas que llevábamos, el campamento contaba con unas ruinas de tapia que servían de refugio para la fogata que nos calentó por un buen rato hasta que el cansancio nos hizo dormir profundamente a todos bajo la luz de un cielo estrellado. Al otro día a las 5:30 de la mañana con el trinar de las primeras aves nos levantamos a montar trípodes y cámaras al borde de una pequeña selva de galería tupida que por su ubicación nos permitía ganarle altura al dosel en donde algunos árboles lucían sus flores brillantes a la espera de algún polinizador de esos que garantizan la continuidad de la vida en el bosque y en efecto, así fue, comenzaron a desfilar los primeros colibríes  entre flor y flor haciendo su trabajo comunitario tal vez entre orquídeas que ni la misma ciencia aún conoce, sin duda un muy buen principio para un viaje que tenía como principio eso justamente, fotografiar aves en estado silvestre en su contexto natural. 

 

 

Luego de las primeras dos horas de trabajo, ensimismado en mi labor ya contaba con varios clicks que me daban idea de lo que venía, era el principio de un mega proyecto documental en el que comenzábamos a ejecutar en uno de los parque nacionales más conocidos del estado Mérida, El Sierra Nevada. Dos días transcurrieron en nuestro primer campamento durante los cuales nos dedicamos cerca de 18 horas al día a fotografiar todo lo que nos circundaba, plantas, insectos, hongos, musgos, líquenes y por supuesto aves, el motivo central de nuestra expedición. 

El tercer día muy temprano en la mañana nos regalamos una última mirada fotográfica al sitio, desmontamos carpas cargamos las mulas y arrancamos vía a un punto que se conoce como Carrizal; 14 horas de caminata a través de la selva nublada hasta llegar a la selva estacional a 1.400 m.sn.m en donde llegamos a una suerte de aldea abandonada donde nos recibió un personaje de novela, Mario, un singular ermitaño que cuenta con una humilde pero muy digna casa rural que funciona como posada para quienes se aventuran a hacer este recorrido, allí nos esperaba con la mesa servida y con la mejor de las atenciones que se pueda esperar en un sitio perdido en medio de la nada.

  

 

Luego de dormir en literas, tal vez las mejores en las que hemos dormido en nuestra vida, nos levantamos a descubrir el entorno más salvaje que creo en mi vida habíamos visto, un mundo de gigantes siempreverdes que compiten por la luz con la ferocidad propia de los titanes de leyendas, un escenario marcado por las lluvias y por la sequía, en donde el agua es la constante en todas sus manifestaciones, allí en escasas horas habíamos fotografiado por separado capitanes, Hormigueros, Atrapamoscas de Torrentes y sólo Dios sabe cuanto animales más, propios de ese ecosistema, todo un banquete documental, bien merecido además, luego del extenuante esfuerzo que supuso llegar a este escenario tan salvaje como el impulso que nos sacó de la comodidad de nuestros hogares para aventurarnos a entrar en contacto directo con el mundo natural.

Aquí en Carrisal, además de alternar con las bondades naturales propias del sitio, nos permitimos largas conversas con Mario, como les decía, un personaje novelesco con historias fantásticas de entierros de morocotas y qué se yo cuantas historias más, todas fantásticas y refrescantes, cargadas de esa pureza propia de quienes no están aún contaminados de la urbe y sus múltiples exigencias, lo cual hizo de un proyecto de documentación de vida silvestre toda una aventura antropológica, la verdad un plus que no estaba previsto en lo más mínimo. En Carrisal, nos quedamos tres días en los que el asombro jamás dejo de ser parte del menú del día, de hecho, coincidimos todos, que jamás en nuestra experiencia de documentación de vida silvestre habíamos escuchado tantos cantos de aves a la vez, todo un reto para quienes decían reconocerlas por su canto, una vez más se corroboraba que quien se permite integrar al mundo natural lo único que puede tener claro, es que la capacidad de asombro se pone constantemente a prueba y que no existe nada como soltar el volante para que sean las circunstancias las que se encarguen de marcar el recorrido. 

 

 

Al cuarto día en Carrisal, a pesar de que nadie quería partir, teníamos claro que el viaje debía continuar, así nos despedimos y comenzamos de nuevo nuestro verde peregrinar, seguimos el recorrido y en la medida que avanzábamos vimos, como es propio en estos países tropicales, que en la medida que avanzábamos de la selva estacional hacía el pie de monte andino, comenzaban a desaparecer parches de selva para darle paso a potreros destinados al pastoreo, las cercas y los vaqueros pasaron a formar parte del paisaje y naturalmente, luego de seis días en pleno contacto con la naturaleza en su máximo esplendor nos afectó, igual continuamos y en la medida que lo hacíamos la intervención se hacía cada vez más intensa, no obstante, las aves que se caracterizan por adaptarse a los escenarios modificados por el hombre alegraban el recorrido, así entre parches de selva y praderas creadas llegamos a nuestra tercera estación, la cual se conoce como San José, allí nos encontramos con un campesino que al igual que Mario, había transformado su casa en una posada improvisada para albergar a quienes como nosotros eventualmente se permiten un recorrido tan exigente como este. 

 

 

Es este tercer campamento teníamos el propósito de ver al Gallito de las Rocas y conseguir finalmente fotografiarlo en estado silvestre, pero nunca se consiguió la deseada imagen, no obstante nos pudimos deleitar aunque tampoco fotografiar a uno de lo endemismos de la zona, el Perico Cabecidorado, una bandada de ellos se estuvo en el dosel del bosque mirándonos desde arriba entre el denso follaje sin permitirnos mayor avistamiento. En este punto nos dijeron los nativos del lugar que se podía ver con plena seguridad el Gallito de las Rocas entre noviembre y enero, época en la cual según ellos estaban en floración una serie de árboles de los cuales de alimentan. Al otro día partimos a nuestra última estación, Santa María de Canaguá, 8 horas de camino nos separaban de nuestro destino final, nos tomamos con bastante calma el recorrido el cual estuvo marcado por repetidos encuentros con habitantes de la zona, sin duda era una escenario aunque aún salvaje, mucho más intervenido que los recorridos previos, con lomas bajas de pasto para ganado y varios raptores merodeando en el cielo. Finalmente llegamos a Santa María de Canaguá, una aldea campesina surcada por los ríos Canaguá y Curbatí en donde tuvimos la oportunidad de darnos un baño extraordinario en aguas cristalinas y frescas en medio de una vegetación exuberante  donde pudimos fotografiar sorocuaces, bacacos, arrendajos y otras aves más comunes que nos procuraron un cierre relajado de la más importante de las expediciones fotográficas del año 2008.  

 

 

 

Fundación Proyecto AVE

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